Introducción
El 30 de junio de 1989 el Dalai Lama pronunció un ancestral y poderoso conjuro en el altar mayor de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, ubicada dentro de los contornos de uno de los nadis más importantes del norte de América. La trascendencia de este suceso fue juzgada desde diferentes puntos de vista. Para la mayor parte de los observadores constituyó tan sólo un acto ejemplar de ecumenismo, revelador de que los seres humanos pueden unirse en oración aun cuando posean diferentes concepciones religiosas. Para un pequeño grupo, dicho evento fue la exitosa culminación de una ardua tarea de más de 70 años, en la que habían participado varios de los guías espirituales que, desde el anonimato, propician la evolución de la humanidad y del planeta. La tarea en cuestión estribaba en lograr superar el bloqueo para la circulación de la energía, existente desde la construcción del Canal de Panamá, el cual impedía que la energía que captan del cosmos las montañas del norte de América circulase hacia las montañas del sur de dicho continente.
La reactivación de la circulación de la energía en la cadena montañosa de América —verdadera espina dorsal del planeta— no tardó en comenzar a producir consecuencias, siendo la más perceptible de éstas un incremento en el nivel de conciencia de los seres humanos, mismo que a su vez se traduciría en los meses subsiguientes en increíbles sorpresas. En diciembre del mencionado año de 1989 es demolido el Muro de Berlín. Esto es sólo el principio de un derrumbe mucho mayor. Los regímenes comunistas que imperaban en buena parte de Europa comienzan a caer sin que se se precise para ello ni de guerras ni de revoluciones. Repentinamente, los habitantes de esos países se percatan de lo absurdo del sistema al que están sujetos y proceden a cambiarlo. Las falacias contenidas en la ideología comunista, destinada según sus autores a regir los destinos de la humanidad hasta el final de los tiempos, resaltan ahora ante los ojos de todos y no despiertan ya sino desdén y menosprecio. La propia Unión Soviética, heredera del imperio construido por los zares durante varios siglos de incesantes conquistas, se desintegra en un dos por tres a finales de 1991. La explicación a este inesperado suceso es nuevamente una repentina toma de conciencia, en este caso de los diferentes pueblos sojuzgados por Moscú, los cuales deciden no continuar tolerando por más tiempo tan injusta situación.
Así pues, en tan sólo 30 meses —contados a partir del momento en que quedó restablecida la circulación de la energía en la columna vertebral del planeta— se suscitaron acontecimientos que cambiaron la faz de la Tierra en un grado mucho mayor que el derivado a resultas de todas las revoluciones y guerras —dos de ellas mundiales— que habían tenido lugar a lo largo del siglo.
¿Que es ahora lo que puede esperarse del futuro? ¿Hacia dónde va a encaminarse la especie humana? Intentar determinar cuales son en verdad "los signos de los tiempos" no ha sido nunca una tarea fácil. Un milenio de historia concluye y otro se inicia. Conviene hacer un alto en el camino e interrogarnos sobre lo que realmente está ocurriendo en el mundo, solo así lograremos ajustar nuestra conducta a las exigencias y posibilidades de la época —sin lugar a dudas excepcional— en que nos tocó en suerte vivir.
Ahora bien, para poder alcanzar una visión de conjunto de las diferentes fuerzas que interactúan ya en la gestación de los próximos acontecimientos, se requiere antes que nada despojarse de una serie de prejuicios y falsos conceptos. Intentaremos por tanto señalar, primeramente, cuáles son los errores más comunes que impiden una adecuada perspectiva en lo que hace a la comprensión de los hechos históricos, mencionando simultáneamente los criterios que estimamos adecuados para lograr dicha perspectiva. Alcanzada ésta, resaltará la conclusión de que la característica esencial y distintiva de los tiempos por venir puede resumirse en una sola frase que implica trascendentales consecuencias:
EL RETORNO DE LO SAGRADO