Una vez más resulta necesario recordar que los procesos de reactivación de los chakras de la Tierra y la gestación de nuevas culturas no son eventos mecánicos, sino que requieren titánicos esfuerzos plenamente conscientes cuya realización sería del todo imposible para los seres humanos ordinarios. ¿Quiénes son entonces los que efectúan estas tareas de las cuales se beneficia no sólo la humanidad sino el planeta mismo? Las tradiciones sagradas de todos los tiempos nos informan que esta clase de labores se pueden llevar a cabo gradas a la existencia de Círculos Internos Terrestres y Celestes. Pertenecen a los primeros todos aquellos seres humanos que alcanzan en vida un desarrollo espiritual excepcional, mismo que les otorga una sabiduría y una serie de facultades que no poseen el resto de los mortales. La mayor o menor importancia que tienen dentro de estos círculos sus integrantes está determinada por el grado e intensidad de la conexión que logran establecer con quienes conforman, a su vez, los Círculos Celestes, o sea, aquellos seres que ya no son ni materiales ni mortales y que constituyen una jerarquía en cuya cúspide se encuentra Dios, la Divinidad, lo Innombrable o como quiera que se designe, según las diferentes tradiciones, a quien constituye el origen, causa y sustento de todo cuanto existe.
A sabiendas de que el presente tema es particularmente misterioso y que cuanto se diga al respecto será siempre muy limitado y relativo, intentemos al menos formular un proyecto de clasificación de los integrantes de ambos círculos.
En lo que respecta a los Círculos Internos Terrestres, éstos podrían dividirse en cuatro. En primer término quedarían "los guardianes", o sea los hombres y mujeres que tienen a su cargo la custodia de muy diferentes herencias sagradas. En algunos casos se trata de la custodia de los lugares sagrados de la Tierra ("nadis") y en otros de los conocimientos correspondientes a una determinada tradición o cultura. Así, por ejemplo, hay guardianes de muy distintos grados en cualquier cultura (zapoteca, árabe, quechua, occidental, etc.), aun cuando muchas hayan ya desaparecido o se encuentren en su etapa final. En igual forma hay guardianes de las distintas tradiciones sagradas (cristiana, islámica, budista, etc.) que pueden o no pertenecer a las diferentes instituciones externas que en un determinado momento fueron creadas por dichas tradiciones. Tal sería el caso de los actuales templarios (que al parecer son tan sólo cinco individuos) que constituyen uno de los Círculos Internos de los guardianes de la cristiandad.
La importancia de las diferentes funciones que realizan los guardianes es decisiva para la preservación de la civilización y de la existencia misma de la humanidad. De no ser por ellos, las fuerzas de la barbarie y de la destrucción —que están siempre presentes y activas— barrerían en muy poco tiempo con toda manifestación de auténtica cultura y llevarían su sed de exterminio a la extinción de cualquier forma de vida sobre el planeta.
El segundo Círculo Interno Terrestre quedaría integrado por lo que en la tradición cristiana se conoce como "santos", personajes que desde luego tienen su equivalente en cualquier otra tradición. Se trata de seres que han logrado importantes avances en lo que se refiere a trascender el ego y superar los defectos inherentes a la condición humana ordinaria. Cualidades como la generosidad, el amor al prójimo y la carencia de los anhelos materiales comunes son casi siempre distintivas en los hombres y mujeres que han alcanzado el grado de conciencia que singulariza a los integrantes de este círculo, pero desde luego la característica más sobresaliente de todos ellos es una cotidiana conexión con lo sagrado, o sea la posibilidad de mantener una unión más o menos permanente entre su ser y lo divino.
Al contrario de lo que ocurre con los guardianes, en el caso de los santos no resulta tan fácil determinar cuál es la función biológica que desempeñan dentro del organismo de la humanidad. Al parecer, la respuesta a esta interrogante no puede encontrarse con un punto de vista puramente terrestre, sino que se requiere abordar la cuestión con una visión cósmica. Los santos son "el alma de la Tierra" y es gracias a su existencia que pueden ser aprovechadas o neutralizadas (según sea el caso) toda una serie de influencias cósmicas que van fortaleciendo o retrasando el avance espiritual de la especie humana. Es por esto que en algunas tradiciones se les compara con "pararrayos que absorben las descargas celestes" (los astrólogos llamarían a dichas descargas "aspectos planetarios negativos").
Como quiera que sea, la innegable existencia de seres humanos que en todos los tiempos han logrado alcanzar la santidad constituye una prueba irrefutable de que la naturaleza humana ordinaria puede ser trascendida y convertirse en algo del todo superior a un simple y destructivo animal de presa. Por otra parte, hay toda una serie de tangibles beneficios resultado de la existencia de los santos. Un gran número de instituciones, tanto benéficas como culturales (hospitales, universidades, etc.) han sido creadas o bien por ellos mismos o bien por personas que actuaron movidas por el ejemplo e inspiración que estos seres generan y que perdura mucho tiempo después de su desaparición física.
El tercer círculo de esta clase corresponde a los maestros o Altos Iniciados. Ellos constituyen el auténtico "espíritu de la Tierra". Su verdadera función y la forma en que la llevan a cabo son un misterio para la mayor parte de las personas; sin embargo, es evidente la trascendental importancia que juegan en la evolución no sólo de la humanidad, sino en todo lo que atañe a la tarea de ir logrando una progresiva ampliación de conciencia del planeta y de cuanto en él existe.
A causa del desconocimiento que comúnmente se tiene acerca de la real forma de ser de los Altos Iniciados, resulta explicable la facilidad con que un sinnúmero de falsos "maestros' y de simples orates pueden lucrar abusando de la buena fe de la gente. No obstante, al parecer la labor que realizan los farsantes y los ilusos tiene un aspecto positivo (que desde luego no justifica su predominante aspecto negativo) consistente en que muchas veces gracias a ellos se va aprendiendo a distinguir lo verdadero de lo falso.
Hay una cuestión en la que todas las tradiciones coinciden y es la de señalar que corresponde a los maestros la realización de los rituales más sagrados, aquellos que trascienden la forma de una determinada tradición o cultura y que permiten una conexión directa entre las energías terrestres y las celestes. Son esta clase de rituales los que hacen que el planeta pueda proseguir su ampliación de conciencia y evolución. El conocimiento de cuándo, cómo y en dónde practicar estos rituales, requiere profundos conocimientos en materia de Geografía Sagrada. La capacidad de llevarlos a cabo precisa a su vez de una calidad personal de vibración a tal grado depurada, que permita no sólo sintonizarse con las vibraciones que emanan de los centros sagrados, sino canalizar éstas hacia finalidades específicas, en forma del todo semejante a los ingenieros que construyen presas y canales de irrigación para un mejor aprovechamiento del agua.
Finalmente existe el cuarto y más secreto de los Círculos Internos, el que integra a quienes constituyen el Gobierno Espiritual de la Humanidad y del Planeta. En realidad es bien poco lo que puede saberse con certeza sobre este círculo. Al menos su existencia está fuera de toda duda, pues constituye un hecho que ha sido reconocido siempre por los maestros de todos los tiempos y lugares. Son precisamente las escasas afirmaciones vertidas al respecto por los maestros las que pueden permitirnos tener un ligero atisbo sobre este tema. Al parecer, el velo que cubre a quienes forman este círculo es totalmente impenetrable, pues ni siquiera los propios maestros conocen sus nombres o sus rostros, ni tienen forma alguna de comunicarse con ellos, sino que deben aguardar a que sean estos seres los que, cuando lo estimen conveniente, les proporcionen determinadas órdenes o indicaciones, utilizando para ello procedimientos nada convencionales: sueños, telepatía y toda clase de señales prodigiosas en los elementos, como por ejemplo repetitivas señales en las nubes o en el fuego.
Este impenetrable anonimato que encubre a los verdaderos gobernantes de la humanidad, los ha puesto a salvo de cualquier intento de agresión por parte de los incontables salvajes que existen en la especie biológica que ellos intentan civilizar. Por otra parte, constituye también una absoluta garantía de que en este caso no puede haber usurpaciones ni falsos liderazgos, pues basta con que cualquier persona se ostente como supuesto integrante de este círculo para tener la completa seguridad de que no lo es. Quienes en verdad ejercen la difícil labor de conducir la evolución del planeta no alardean por ello, ni buscan tampoco honores o privilegios. Según parece, los componentes de este círculo o bien aparentan ser personas comunes y corrientes que desempeñan modestas actividades, o bien permanecen en un extraño estado de "suspensión".
¿De dónde provienen y en dónde se forman quienes habrán de guiar los vacilantes pasos de la especie humana? Todo parece indicar que son siempre los mejores elementos del tercer círculo los que en un determinado momento pasan a ingresar al cuarto. Esto explicaría el por qué algunos maestros, tras de llevar por muchos años una activa vida pública, desaparecen súbitamente sin dejar tras de sí rastro alguno que permita ubicarlos o tan siquiera saber si aún continúan con vida. En igual forma, la cuestión que nos ocupa proporciona una pista para desentrañar el misterio contenido en las leyendas que narran la existencia de seres superiores que permanecen en una especie de sueño intermedio entre la vida y la muerte, estado desde el cual continúan laborando en beneficio de toda la humanidad. De ser así, ello significaría que muy probablemente los integrantes más destacados del principal círculo interno no viven ya en medio del anonimato de la multitud, sino que desde los ocultos escondrijos en que fueron depositados sus cuerpos, proyectan elevadas vibraciones tendientes a lograr la paulatina ampliación de conciencia de todo cuanto existe.
Investigando las muy escasas referencias que a lo largo de las distintas épocas existen sobre el más secreto de los Círculos de la Humanidad, podemos saber al menos unos cuantos datos sobre el número, raza y sexo de sus integrantes. En cuanto al número, éste es siempre invariable: son 13 los seres que integran el gobierno espiritual de este planeta. Cada raza (roja, blanca, negra y amarilla) tiene tres representantes en dicho gobierno; el decimotercero no pertenece a ninguna raza específica, sino que representa a los distintos grupos que a través del mestizaje darán origen a la quinta raza. Atendiendo a ciertos ciclos cósmicos de muy larga duración, el círculo está integrado por siete personas de un sexo y seis del otro. En el ciclo anterior, que se inició hace aproximadamente 5 mil años, el círculo estaba compuesto por siete hombres y seis mujeres; en el ciclo actual que recién se inicia (tomando como punto de partida el año de 1968) y que tendría igualmente una duración aproximada de 5 mil años, el gobierno espiritual del mundo lo constituye un círculo formado por seis hombres y siete mujeres. No nos extrañe por tanto si el matriarcado se vuelve a poner de moda.
Si lo relativo a los Círculos Internos Terrestres constituye un tema en extremo misterioso y difícil, con mucha mayor razón dichos calificativos resultan aplicables en cuanto concierne a los Círculos Celestes. No obstante, las tradiciones sagradas de todos los tiempos han intentado desentrañar algunos importantes aspectos de tan trascendental cuestión. Esto es, se han esforzado por tratar de integrar un sistema coherente y comprensible que explique, hasta donde esto es posible, la forma en que funcionan y se manifiestan los distintos seres de carácter inmaterial cuyo nivel de conciencia está muy por encima del que poseen los seres humanos. Las teologías de las diferentes religiones contienen siempre, como uno de sus más importantes capítulos, una cosmovisión destinada a tratar de explicar lo concerniente a estos seres. Tal es el caso, por citar tan sólo algunos ejemplos, del budismo, islamismo y cristianismo. En lo que a este último se refiere, son bien conocidas la angelologías o clasificaciones de los seres que integran la corte celestial (ángeles, querubines, arcángeles, tronos, dominaciones, etc.), desarrolladas de acuerdo con las visiones de los místicos del medioevo europeo. Otro tanto ocurrió desde luego con las antiguas religiones mexicanas, cuyos principales códices denotan un especial empeño por explicar, con la mayor minuciosidad posible, los atributos y características que poseen aquellos seres celestes que ejercen una determinada influencia sobre cuanto acontece en la tierra.
Intentar transcribir cualesquiera de las complejas clasificaciones elaboradas en torno a los Círculos Celestes, realizadas por las diversas religiones excedería con mucho los propósitos de esta obra, máxime que ello requeriría, para lograr una adecuada comprensión de las diferentes cosmovisiones al respecto, entrar en un detallado análisis de las mismas. Así, pues, nos concretaremos a señalar tan sólo algunos aspectos en los cuales hay una plena coincidencia entre todas las tradiciones. Uno de ellos es el de la estrecha vinculación que existe entre el plano material en el cual nos encontramos y el plano espiritual o inmaterial en el que moran los integrantes de estos círculos. De hecho no hay un radical distanciamiento entre ambos planos, sino que éstos subsisten en forma simultánea, diferenciándose exclusivamente por algo que podríamos calificar como una distinta frecuencia o calidad vibratoria, siendo precisamente esta íntima vinculación la que permite que se dé una comunicación entre lo humano y lo sagrado, la cual constituye algo natural y casi permanente para quienes forman parte de los Círculos Internos Terrestres y algo excepcional —pero de ninguna manera imposible— para el resto de los mortales. En última instancia, el propósito fundamental de los rituales de todos los tiempos ha sido siempre el de lograr establecer una comunicación entre ambos planos, el terrestre y el celeste.
Existe también otra cuestión en la que hay plena coincidencia entre todas las tradiciones en lo que se refiere a los Círculos Celestes y es la relativa a la estructura jerárquica que prevalece en éstos. Ello significa que los seres que integran estos círculos ocupan un determinado lugar en una escala atendiendo al grado de espiritualidad que cada uno de ellos ha logrado alcanzar, siendo de dicho lugar en la escala del que se derivan tanto las atribuciones y poderes que poseen, como las funciones que realizan. Así por ejemplo, la tradición cristiana considera que los santos no concluyen al morir su benéfica labor a favor de sus semejantes, sino al contrario, ésta se incrementa y potencializa cuando dichos seres pasan a mejor vida; es por ello que hay santos patronos de una determinada nación o de un gremio específico. En igual forma, existen ángeles que cumplen funciones muy concretas; en cambio, las atribuciones y responsabilidades que se atribuyen a los arcángeles son ya mucho mayores y de un carácter que podríamos calificar de universal. Todo esto nos indica que el nivel que ocupan dentro de los Círculos Celestes estas tres clases de seres (santos, ángeles y arcángeles) está determinado por su mayor o menor responsabilidad.
La única posible conclusión que podríamos sacar de esta mínima aproximación a la compleja cuestión de los Círculos Terrestres y Celestes es que la forma y funcionamiento de los mismos refleja más que cualquier otra cosa la existencia de un orden cósmico.