7 El pasado reciente
Las anteriores explicaciones sobre los Círculos Internos Terrestres y Celestes tuvieron por objeto hacernos ver que, si en verdad deseamos entender lo que está ocurriendo en nuestra época, tenemos que tomar en cuenta la existencia de dichos círculos, pues su acción resulta siempre determinante en el curso de la historia. Ahora bien, para alcanzar esa adecuada perspectiva de los actuales y futuros acontecimientos —que como se recordará constituye el objeto del presente ensayo—, resulta igualmente imprescindible profundizar un poco más en la comprensión de los sucesos más importantes del pasado reciente, entendiendo por esto lo ocurrido a nivel mundial en los siglos XIX y XX.
Hemos mencionado ya que el siglo XIX se caracterizó porque en él comienza a evidenciarse una sincronización de las diferentes culturas existentes en el planeta, las cuales coinciden simultáneamente en sus correspondientes etapas de Rebaño. En igual forma, va resultando cada vez más evidente a lo largo del mencionado siglo que será el modelo del Rebaño Occidental el que habrá de predominar finalmente en todo el mundo.
Existe también otra característica fundamental en lo que se refiere al siglo que nos ocupa y es la referente al inicio de un proceso de desarrollo científico y tecnológico que irá cobrando cada vez mayor relevancia. Este proceso es ya un anticipo proveniente de los impulsos cósmicos de la Era de Acuario que habrá de iniciarse a la mitad del siguiente siglo, algo semejante a los días soleados y calurosos que pueden presentarse aun semanas antes de la fecha en que formalmente se inicia la primavera.
Un acelerado desarrollo industrial, una creciente masificación y una fe aún viva hacia las ideologías de antaño, son las señales más notorias que se observan en la humanidad al iniciarse el siglo XX.
Siglo terrible y trascendental, verdadero parteaguas entre lo profano y lo sagrado. En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial. El motivo fundamental que generó el conflicto es el anhelo que subyace en los rebaños de las naciones más poderosas, que buscaban imponer su hegemonía sobre todos los otros rebaños humanos del planeta. La lucha por el control de los mercados mundiales fue ciega y despiadada a la par que inútil, pues la contienda no se tradujo en el surgimiento de un solo vencedor, sino más bien en la aparición de nuevos participantes en la competencia por la supremacía mundial. La guerra se inicia con beligerantes exclusivamente europeos, todos los cuales quedarán seriamente debilitados al final de la contienda; en cambio, algunas de las naciones de otras latitudes que participaron al final del encuentro, como Estados Unidos de América y Japón, saldrán altamente fortalecidas y beneficiadas.
La atroz matanza concluirá en noviembre de 1918, pero la competencia entre los distintos rebaños por alcanzar la hegemonía mundial proseguirá con muy variados medíos, siendo uno de ellos el intento de llevar a la práctica la última ideología surgida en el seno de la cultura occidental: el comunismo marxista. Tras una cruenta revolución, los rusos empiezan a organizar con base en los postulados de esta doctrina no sólo a su propio rebaño (integrante de la cultura bizantina), sino a los rebaños de otras naciones, tanto europeas como asiáticas, que constituían su vasto imperio colonial. Asimismo, se busca que sea este modelo de organización el que salga triunfante en la lucha por la hegemonía mundial, lo cual permitiría aplicarlo a todas las naciones.
Sin menguar un ápice en su dureza, la competencia entre los más poderosos rebaños por hacer prevalecer sus intereses pasó de improviso a segundo término. En el centro mismo de Europa, en Alemania, surgió de súbito la más grave amenaza que muy posiblemente se haya dado jamás en contra de la evolución de la especie humana. Un pequeño grupo de seres perversos a un grado que rayaba en lo demoniaco, intentaron revivir las prácticas originales de la doctrina Bon, una antiquísima religión del centro de Asia que tendía a desarrollar tenebrosos poderes que yacen adormecidos en lo más profundo de la naturaleza humana.[4]
Enmascarados tras una ideología política (el nazismo), quienes intentaban torcer el curso de la historia se adueñaron del control de Alemania y pretendieron extender dicho control a todo el mundo. Poco les faltó para lograrlo. Sumidas ya todas las culturas en su Etapa de Rebaño, la conciencia de la humanidad se encontraba en esos momentos en uno de sus más bajos niveles. Durante un tiempo todo parecía indicar que no existían sobre la faz de la tierra fuerzas espirituales —y ni siquiera materiales— capaces de oponerse al arrollador avance de las fuerzas del mal que el nazismo representaba. Afortunadamente subsistía al menos un refugio de la más elevada espiritualidad.
En el Tíbet se habían logrado preservar las más refinadas técnicas de ampliación de conciencia y en sus monasterios habitaba un elevado número de seres que eran ya auténticos iluminados. Fue ésta la invaluable reserva de que echaron mano los integrantes del cuarto y más secreto de los Círculos Internos. Toda la poderosa energía que puede ser generada al concentrarse en un mismo propósito la voluntad de los seres más evolucionados, se canalizó a intentar que la humanidad reaccionase ante la amenaza mortal que se cernía en su contra. y la reacción se produjo. Olvidando las múltiples diferencias que comúnmente los dividen, pueblos de todas las regiones comenzaron a unirse para hacer frente común a una fuerza que presentían aterradoramente maligna.
Al contrario de la Primera Guerra Mundial, que fue tan sólo un brutal choque entre rebaños que buscaban imponer su hegemonía, la segunda conflagración mundial constituyó algo mucho más trascendental e importante; fue un clásico enfrentamiento entre la luz y las tinieblas, que combaten continuamente por la conducción de todo lo creado. En este caso, las fuerzas del mal intentaron retrotraer un buen trecho del camino evolutivo de la humanidad y conducir a ésta a transitar por sendas superadas hace ya incontables milenios. La planetaria unificación alcanzada en contra de semejantes propósitos permitió al género humano la posibilidad de proseguir su avance, si bien tuvo que pagar por ello la cuota más alta de su historia en dolor y sacrificio.[5]
Finalizado el conflicto, una apreciación puramente superficial de los resultados del mismo habría llevado a la conclusión de que éste había tenido como única consecuencia la creación de dos grandes superpotencias (Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y que sería la lucha entre estos dos poderosos rebaños, y el posterior triunfo de alguno de ellos, lo que determinaría el futuro de la especie. Quienes así juzgaban los acontecimientos no comprendían nada de las verdaderas fuerzas que mueven la Historia. Toda una serie de ciclos cósmicos y humanos estaba concluyendo y una Nueva Edad habría de iniciarse. El 21 de marzo de 1948 dio comienzo la Era de Acuario y justamente ese mismo día nació Regina. La comprensión de los actuales y futuros acontecimientos resulta imposible si se desconoce la importante labor realizada por ella.
[4] El auténtico Bon, cuya enseñanza se ha preservado en unos cuantos centros ocultos en los Himalayas, no debe confundirse con el Bon ya transformado por el budismo y despojado de su original carácter maligno que se practica abiertamente en algunos lugares de Asia.
[5] Quien desee mayor información sobre lo que en verdad significó la Segunda Guerra Mundial, puede obtenerla en la lectura de La Mujer Dormida debe dar a luz, de Ayocuan. En esta obra se contiene un valioso testimonio de un historiador alemán que, además de haber sido testigo presencial de muchos de los acontecimientos de esa época, supo valorar y comprender en toda su auténtica dimensión las causas y alcances de la mundial contienda.