9 Presente y futuro

La planetaria movilización de 1968 concluyó tan súbitamente como se había iniciado Las desconcertadas autoridades de los numerosos países sacudidos por los conflictos respiraron aliviadas, estimando que éstos formaban parte de un pasado que jamás retornaría; en realidad era todo lo contrario, pues el espíritu de la Nueva Era que había propiciado la toma de conciencia que diera origen a dichos conflictos apenas si estaba por empezar a manifestarse. Muy pronto resultó evidente que "algo" nuevo había surgido sobre la Tierra. La despierta pareja de volcanes constituía un poderoso emisor de energías que comenzaron a reactivar a otras montañas que también poseían una fuerza inimaginable y una ancestral sabiduría. En igual forma, las vibraciones provenientes del chakra mexicano contribuyeron al despertar en muy diverso grado de numerosos seres humanos ubicados en todos los confines del planeta. La posesión de un superior nivel de conciencia hacía que estos seres sintiesen, pensasen y actuasen de una forma diferente a la de los demás. No eran ya los habituales propósitos de acumulación de poder y riquezas los que los movían, sino una nueva y aún no precisada forma de espiritualidad. Estas personas fueron constituyendo en todas las naciones grupos pequeños pero muy activos dedicados a las más diversas tareas, desde la búsqueda de un auténtico misticismo y el rescate de antiguas técnicas de ampliación de conciencia, hasta la creación de comunidades ecológicas y de movimientos a favor de la paz mundial.
Así pues, a partir de 1968 comenzó a ser cada vez más evidente que la historia de la humanidad se bifurcaba en ramas del todo diferentes. Una era la relativa a cuanto acontecía a los rebaños humanos, la otra se refería a los incipientes grupos que intentaban recuperar el sentido sagrado de la existencia.
Por lo que hace a la historia de los rebaños, ésta contiene el más aterrador de todos los relatos. Entre el mencionado año y los últimos del segundo milenio de la era cristiana se ha llevado a cabo una destrucción sin precedentes de la ecología del planeta. Incontables especies vegetales y animales han desaparecido para siempre de la faz de la Tierra. Poseídos de una total inconciencia que lleva a la adopción de conductas que sólo pueden calificarse de suicidas, los rebaños humanos han procedido a la deforestación de bosques y selvas, al agotamiento de los recursos no renovables, a la desecación de los mantos freáticos y a una creciente contaminación de la tierra, el agua y el aire. No sólo han puesto en peligro la supervivencia de su propia especie, sino que incluso han comenzado a convertirse en una seria amenaza para la salud misma del planeta, motivando con ello la posibilidad de producir en éste reacciones defensivas que, lógicamente, serían de fatales consecuencias para los agentes patógenos causantes de la enfermedad.
Muy otra ha sido la historia de quienes, en idéntico periodo, han batallado incansablemente por revertir el proceso destructivo y transformarlo en el inicio de una Edad de Oro para todo el género humano. Aun cuando dentro de una visión de tiempo histórico los años transcurridos a partir de 1968 son bien poca cosa, puede ya apreciarse el incremento en el nivel de conciencia de la humanidad que se ha generado a partir de dicho año. Así, por ejemplo, la comprensión de que la Tierra es un ser vivo —con todas las implicaciones que se derivan de esto— ha comenzado a filtrarse en núcleos de población cada vez más numerosos. Ello se ha traducido en la creación de movimientos ecológicos de muy diversa índole que han demostrado, en la práctica, la posibilidad de crear comunidades capaces de subsistir y progresar sin promover la destrucción del medio ambiente.
Desde luego, han sido los integrantes de los Círculos Internos de la Humanidad quienes han realizado las tareas más importantes en esta decisiva etapa de la historia. La reactivación del chakra de México generó una poderosa corriente de energía que muy pronto comenzó a circular rumbo al sur a través de las cadenas montañosas. Al llegar a Panamá, el flujo circulatorio de energía se vio impedido de continuar su avance. La causa del bloqueo era el tajo que había representado para la columna vertebral del planeta (o sea, los Andes y en general la totalidad de las montañas de América) la construcción del Canal de Panamá, inaugurado en 1914. Laborando sin descanso, un gran número de guardianes e iniciados llevaron a cabo la proeza de ir creando —con el poder de su voluntad y a través de incesantes rituales—una especie de "puente" que cruzase el Canal. Cuando el 3o de junio de 1989 el Dalai lama pronunció un conjuro en la catedral de la Ciudad de México, originó con ello un poderoso impulso que permitió a la energía generada en el norte del continente proseguir su viaje hacia el sur, al encuentro del chakra sudamericano que tiene su centro en Machu Picchu. A tan sólo 21 años de que se iniciara el proceso de reactivación del chakra mexicano había dado comienzo idéntico proceso en el chakra peruano.
Las consecuencias de tan trascendental suceso no se hicieron esperar. El incremento en el nivel de conciencia de la humanidad fue de tal consideración, que muy pronto comenzó a producir los más inesperados y sorprendentes acontecimientos. Los gobiernos comunistas de la Europa del Este se desplomaron prácticamente de la noche a la mañana. Se trataba en todos los casos de regímenes despóticos y burocráticos, caracterizados por su falta de respeto a la dignidad humana y por pretender justificar sus arbitrariedades con la falacia de que estaban intentando alcanzar los ideales de la ideología socialista. Lo más asombroso de la caída de los regímenes comunistas es que ésta se produjo sin la necesidad de llevar a cabo largas y cruentas revoluciones, lo cual es admirable si se toma en cuenta que dichos regímenes disponían de un poderoso arsenal bélico y de perfeccionados sistemas de vigilancia y represión. El hecho de que, salvo en el caso de Rumania, ni pueblos ni autoridades hayan utilizado la violencia, constituye la mejor prueba de que estos cambios se produjeron a resultas de un profundo incremento de conciencia que llevó a la comprensión de todos la inutilidad de tratar de preservar un sistema de organización, política y económica, cuya incapacidad para generar el bien común había quedado plenamente demostrada.
Por supuesto, la caída de los regímenes comunistas fue erróneamente valorada por muchos analistas de mentalidad simplista. A su juicio, este hecho constituía un triunfo aplastante y definitivo del capitalismo sobre el socialismo. Quienes así opinaban no tomaban en cuenta que el derrumbe de los gobiernos comunistas no fue producto de un enfrentamiento con los regímenes capitalistas —como habría sido en el caso de una guerra—, sino que fue consecuencia de una desintegración interna, la cual se generó, como ya se ha dicho, a resultas de un cambio en el nivel de conciencia que permitió a los habitantes de los países del este europeo llegar, simultáneamente, a la determinación de no tolerar por más tiempo la existencia de sus despóticos e ineptos gobiernos.
Los mencionados analistas de visión lineal han sacado también como definitiva conclusión que "la historia ha terminado" y que el futuro de la especie humana no podría ser otro sino el de "un capitalismo sin fin". La ingenuidad de semejantes afirmaciones pone de manifiesto una total ignorancia de las verdaderas causas que determinan los acontecimientos históricos. El actual capitalismo, al igual que el comunismo marxista, es tan sólo un simple producto de su tiempo y está llamado a perecer con él. Las ideologías que sustentan tanto al capitalismo como al comunismo se generaron en la Etapa Humana de la cultura occidental. Al adquirir esta cultura una relevancia mundial, dichas ideologías fueron ampliamente difundidas por todos los ámbitos del planeta. Una vez que comenzó a darse la sincronización de las diferentes culturas en su correspondiente Etapa de Rebaño, esto hizo que las sociedades de todas las culturas buscasen organizar sus propios rebaños humanos, tomando como modelo a cualquiera de los dos sistemas de moda, hasta que, finalmente, el mundo entero quedó dividido en capitalismo y comunismo. El hecho de que el segundo se haya derrumbado antes que el primero no es prueba alguna de que éste vaya a prevalecer eternamente; tan sólo pone de manifiesto una mayor capacidad de adaptación del sistema capitalista, pero esto es algo puramente transitorio y no puede ir más allá de lo que duren las etapas de Rebaño. Una vez que el predominio de las etapas Sagradas vaya siendo incuestionable, irán surgiendo por doquier nuevas formas de organización sociopolítica y económica, formas de las que ahora no podemos ni siquiera imaginar sus características, pero que desde luego serán muy superiores a las actuales, pues no estarán centradas en el materialismo y en el afán de dominio y explotación de todo cuanto existe —empezando en primer término por nuestros propios semejantes— que prevalece en los sistemas productivos y de gobierno de hoy en día.
¿Cuánto tiempo tendrá aún que transcurrir para que esto ocurra? Al igual que sucede con todos los procesos cósmicos y biológicos, la transición a que nos referimos será gradual. De hecho ya ha comenzado a producirse, bien sea que tomemos como punto de partida el 21 de marzo de 1948 (inicio de la Era de Acuario) o el 2 de octubre de 1968 (fecha en que dio comienzo la reactivación de los chakras de la Tierra). Con base en lo que ha venido ocurriendo a partir de estas fechas, podemos justificadamente suponer que el proceso de emergencia de lo sagrado continuará dándose en forma cada vez más acelerada, de tal manera que será a lo largo del siglo XXI cuando dicho proceso comience a configurarse en organizaciones, formas de vida e instituciones, que irán transformando progresivamente la faz de la Tierra y la conciencia de la especie humana. Nuestro planeta no será ya un ser acosado y enfermizo, sino un renovado y vigoroso habitante de los espacios siderales, con nuevas e importantes tareas que realizar dentro del sistema solar al que pertenece. La humanidad sufrirá una auténtica mutación que le permitirá empezar a sentir, pensar y actuar, como el ser unificado que es. Todos los "ismos" de carácter ideológico, nacionalista o religioso disminuirán radicalmente su importancia permitiendo que el criterio determinante para normar la conducta de la especie sea su bienestar como un todo.
Ahora bien, esta radical transformación que permitirá a los seres humanos superar su actual conciencia individual y de grupo por una auténtica conciencia planetaria, constituye precisamente la característica central y determinante de los tiempos por venir. Esto es, no se trata únicamente de hacer frente a los actuales problemas ambientales con un criterio puramente pragmático y racionalista, sino de adquirir una nueva dimensión espiritual —la dimensión planetaria como especie— que permita superar para siempre el inconsciente egoísmo que subyace en la raíz de estos problemas. Y esto es algo que sólo podrá lograrse a través de una genuina sacralización de todas las actividades humanas.
Este proceso de recuperación de lo sagrado en la cotidianeidad que constituirá la característica central del siglo XXI requiere de una previa labor de síntesis de las diferentes tradiciones sagradas de la humanidad, siendo justo esta labor de síntesis la que actualmente precisa de la mayor atención pues no se trata, como desafortunadamente ocurre muy a menudo, de efectuar una simple mezcolanza de conceptos y prácticas de diferentes religiones y movimientos espirituales, sino de llevar a cabo una verdadera fusión de lo esencial de las tradiciones sagradas de todos los tiempos; misión nada sencilla que sólo puede ser conducida por auténticos maestros y que exige de cuantos desean participar en ella el haber alcanzado una notoria ampliación de conciencia a través de incesantes esfuerzos.
Para finalizar, creo que del análisis de los signos de los tiempos pueden ya señalarse, con toda claridad, cuáles son las conductas acordes con las fuerzas que están construyendo el futuro y cuáles son las actitudes que intentan perpetuar un pasado llamado a desaparecer. Todo lo que entraña una visión que no va más allá de lo material, que busca perpetrar las injusticias en las relaciones humanas y acelerar la sistemática destrucción del planeta, constituye un pesado fardo en la herencia de la humanidad del que ésta tendrá que desembarazarse lo más pronto posible. En igual forma, tendrá que disminuir sustancialmente cuanto atañe al fanatismo y al sectarismo de cualquier especie, pues junto con las anteriores características negativas son estos comportamientos los que impiden el cabal acceso a una Nueva Era. Por el contrario, cuanto tiene que ver con la creación de una superior espiritualidad, ecuménica y planetaria, constituye el impulso cósmico fundamental llamado a transformar radicalmente la faz de la Tierra. Colaboremos en forma consciente y entusiasta a la pronta cristalización de este proceso.