Otro de los principales obstáculos que se interponen a la comprensión del verdadero sentido de la marcha de la historia, es la generalizada opinión que priva en Occidente de considerar que ésta transcurre siempre en forma lineal, esto es, que existe una continua evolución y que por ello cuanto le ha ido aconteciendo a la humanidad, desde sus orígenes hasta nuestros días, debe calificarse como un permanente ascenso y progreso.
Esta concepción lineal de la Historia ha sido aplicada tanto en la elaboración de teorías científicas —por ejemplo, en la teoría de la evolución desarrollada por Darwin— como en la formulación de ideologías políticas. En este último caso ha dado lugar a tragedias de incalculables consecuencias, la más reciente de las cuales fue la derivada de suponer que las tesis marxistas estaban avaladas por la fuerza de un proceso histórico que se juzgaba ineluctable. Según Marx, la economía es el factor determinante de la actividad humana y son las diferentes formas de producción las que han dado origen a las distintas etapas en las que él divide a la Historia: antigua, esclavista, feudal y capitalista. Esta última etapa terminaría forzosamente en una serie de revoluciones que implantarían el comunismo en todo el planeta.
La visión histórica de Marx poseía un carácter estrictamente lineal y determinista. Las referencias del pasado que tomó en cuenta para su elaboración fueron siempre eventos europeos, pasando por alto cuanto había ocurrido en el resto del mundo. No se enteró jamás que en el pasado se habían dado ya ejemplos perfectamente acabados del tipo de sociedades que él —en su visión lineal— consideraba debían producirse en el futuro. Así, por ejemplo, la propiedad de los bienes de producción en manos del Estado y la economía planificada que se dio en el imperio inca, superaron con mucho a lo realizado en estos aspectos por la Unión Soviética al momento de máxima aplicación de los postulados marxistas.
Con la plena e ingenua confianza que les daba el creer que tenían los vientos de la historia a su favor, durante cerca de siglo y medio, millones de personas consagraron sus vidas a tratar de convertir en realidad las teorías de Marx. Quienes tuvieron mejor suerte murieron en el empeño, luchando en revoluciones que en escasas ocasiones alcanzaron el triunfo —Rusia, China, Cuba— y la mayoría de las veces fracasaron. Los que llevaron la peor parte fueron aquellos que obtuvieron la victoria y pudieron así organizar gobierno y sociedad conforme a sus ideales. Una amarga decepción abarcó a incontables pueblos cuando éstos vieron que sus sueños se transformaban en horrendas pesadillas. Stalinismo, campos de concentración, ineficiencia, hambre y burocratismo fueron los logros alcanzados por quienes creían marchar conforme a las leyes de la evolución humana.
Ante este patente fracaso de la más afamada concepción lineal de la Historia, conviene traer de nuevo a colación las antiguas cosmovisiones elaboradas por muy diferentes culturas en sus etapas más sobresalientes. En todos los casos dichas culturas coincidían en estimar que el desarrollo de la humanidad se da conforme a ciclos y que éstos constituyen a su vez una espiral. Es decir, no se niega la existencia de la evolución y del progreso, pero se considera que contemplar sólo a éstos es mirar tan sólo una cara de la moneda, pues así como existe evolución hay también involución y así como hay progreso hay decadencia. Es desde luego muy importante reiterar que, dentro de esta concepción, los ciclos no constituyen un proceso cerrado que se repita en forma idéntica hasta el infinito, sino que van formando una espiral que refleja el ascenso del género humano —y de todo cuanto existe— hacia planos superiores de conciencia. Esta es la visión de la historia que podemos extraer de los libros sagrados de todos los tiempos, desde el Popol Vuh hasta la Biblia.
Sintetizando, podríamos decir que lo característico de la concepción en espiral de la Historia es el considerar que tanto los diferentes grupos humanos —pueblos, razas, naciones—, como la humanidad entera, están sujetos a ciclos de carácter orgánico y que a través de una serie de avances y retrocesos se va logrando un crecimiento que, si bien lo es en todos los órdenes de la existencia, está centrado fundamentalmente en una ampliación de conciencia y en una mayor espiritualidad.
Una objeción que comúnmente presentan quienes por primera vez tienen conocimiento de la concepción en espiral de la historia es la de afirmar que constituye una visión determinista que va en contra del libre albedrío. Se trata de un sofisma tan erróneo como el de considerar que la existencia de ciclos orgánicos viola la libertad humana. No existe violación alguna a dicha libertad en el hecho de que un niño de seis años no pueda aún —por elementales razones biológicas— contraer matrimonio, ni tampoco la hay para los agricultores que tienen que aguardar a la primavera para sembrar en lugar de hacerlo en el invierno. Por el contrario, es precisamente la correcta comprensión del funcionamiento de los ciclos la que amplía las posibilidades del ejercicio de la libertad, al permitirnos conocer cuáles son los medios reales de acción con que contamos según la etapa del ciclo en que nos encontremos.
Vamos pues a intentar adentramos un poco en el complejo tema de los ciclos históricos.